Nos llega una historia de pequeñines...
Don Mauro Castro cuenta que en tiempos pasados (hacia el año 1935 aprox.), cuando los niños ishuanos ya eran mayores de 6 años, los padres o familiares los llevaban a las chacras de Uralla, zona cercana al pueblo, para cuidar los duraznales que crecían hermosos, jugosos y se mecían plácidamente recibiendo el baño solar de la temporada estival pasadas las lluvias de Febrero y Marzo. En el pueblo todos trabajaban y los niños no iban a ser la excepción; los dejaban al cuidado de las chacras y sembríos y, tras dejarles su "jojau" o merienda consistente de mote, papa sancochada y queso o charqui, los recogían al atardecer..
El clima de la zona de esos años, era totalmente variado en relación a la que se presenta hoy en día - calentamiento global, papay -; había abundancia de agua porque existían 5 ó 6 fuentes de puquiales o fuentes, inclusive, el agua de regadío llegaba hasta la zona de Huayunguina; con mencionar que hasta la ardiente Jarata tenía su propia laguna (hoy este lugar colindante al río, está totalmente seco). Las chacras de Uralla (cercanas la pueblo y en dirección al río), eran regadas con aguas del Hatun Mayo las cuales brotaban en Huanatura Pampa; es, a raíz de la cantidad de agua existente que los comuneros ishuanos, vía compadrazgo y otros lazos familiares, empezaron a compartir dicho puquial con los comuneros de Ccecca (en lo que hoy se denomina repartición).
Era costumbre ancestral llegar hasta esa fuente de agua a las 3 ó 4 de la mañana ( con un frío que calaba hasta los huesos y dejaba los talones y plantas de pie de los comuneros, negros y rajados por acción del clima inmisericorde), para "voltear" las acequias en alturas de Huanatura Pampa, de tal modo, que las personas designadas para ese día dirigían el agua hacia sus respectivas chacras. Había otra jocha subiendo por el camino de Yotana, que según los entendidos es una subida por Pampareque (??).
Retornando al relato, los pequeños hacían guardia religiosamente en sus respectivas parcelas y aprovechaban algunos momentos para jugar, cantar y cosas afines; mas, cuando las bandadas de loros hacían su aparición en el horizonte, era cosa segura que se meterían en los duraznales rodeados de cultivos de trigo, maíz, habas, arverjas o cebada, cultivos alternados de acuerdo a la temporada; aquí empezaban las quejas, lamentos y gritos de impotencia; parecía que los loros bandidos sabían quienes cuidaban las chacras porque no hacían caso ni a las bravatas de los niños ni a los espantapájaros colocados por allí -a pesar de que algunos osados pequeños, defendían furibundos su tesoro, tirando piedras con huaraca en mano-, tranquila y pausadamente, se posaban en las partes más altas de los árboles para degustar su rico menú mientras los niños resignados comían o recolectaban lo que se caía al suelo.
Contaban que en estas épocas, habían duraznos de las variedades blanquillos y abridores, los cuales con una suave presión dejaban salir las pepas. Era tal la exhuberancia y fertilidad de la tierra, que los frutos maduraban rápido y finalmente, se mostraban apetecibles y lejanos a las manitas de los pequeños, bien guarecidos en las altas ramas de los duraznales. Sólo cuando se acercaban y se posaban en los duraznales, los verdes y bullangueros loritos, es que los niños se podían dar un banquete con los frutos que yacían desperdigados por el suelo, frutas que comían con tristeza o congoja por la paliza que les esperaba por no saber cuidar las chacras. En algunas ocasiones, algunos comuneros llegaban a escuchar el griterío emanado por estos niños y bajaban raudos para correr a hondazo limpio a esos rapaces loros. Era común que los niños lleven wali y algunos otros, los de tendencia "más moderna", usaban pantalones de bayeta; como elemento de calzado llevaban ojotas de cuero de chancho o de vaca y los que llevaban un modo de vida mas "pudiente", usaban zapatos estaquillados (con clavitos de madera).
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